Lecciones de una crisis

Desde 2007 apareció una nueva expresión, la “crisis subprime”, que podría haber quedado para uso de los iniciados en el debate económico nacional, cuya pobreza intelectual desde que predomina el simplismo neoliberal incluye la del lenguaje: ¿se habrá fijado el lector que ya no se dice “materias primas”, sino “commodities” o “distribución” sino “retail”, términos que son sin embargo perfectamente claros en nuestro noble castellano? Pero sobrevino el derrumbe financiero en Estados Unidos y la mentada crisis entró en la historia. No es para menos: fracaso de los mercados financieros desregulados; bancos hipotecarios y compañías de seguro en quiebra y nacionalizados en el paraíso del libremercado; colapso de la banca de inversión de Wall Street; quiebra de un gran banco de depósito y compra pública de “activos tóxicos” de difícil recuperación a razón de 6% del PIB, con el congreso sometido al chantaje de aprobar plenos poderes o asumir la paralización del crédito y la recesión generalizada al estilo de la crisis de 1929.
Después de años de religión de mercado, vuelve a aparecer una evidencia incómoda para el pensamiento dominante: el capitalismo y las crisis financieras periódicas (bursátiles, cambiarias, bancarias) van de la mano. El valor de un activo financiero depende de la evaluación de un flujo de ingresos futuros expuesto a una gran variabilidad e incertidumbre. Y tomar riesgos con recursos propios o de los demás es la esencia del capitalismo motivado por el lucro, que ha demostrado ser el sistema económico más dinámico pero a la vez el más inestable, depredador y concentrador de ingresos. Así lo confirma la historia desde la crisis de las bulbas de tulipas de 1634, la de la South Sea Company de 1720, las ocho creadas por las guerras europeas entre 1713 et 1820 y así sucesivamente. El capitalismo entró en crisis muchas veces, como predijo Marx, pero fue capaz de recuperarse. E incluso de tener épocas de oro, como el de la posguerra, gracias en buena medida a las ideas de Keynes para superar el equilibrio de subempleo. La crisis del sistema de tipos de cambio fijo en 1971 y el estancamiento con inflación de los años setenta fueron superados mediante la globalización acelerada. La eclosión de las nuevas tecnologías de la información le dio una nueva vitalidad al capitalismo, con la innovación y la “destrucción creativa” de Schumpeter trasladando los recursos hacia sus usos más productivos. Pero siempre con una piedra en el zapato: desde 1970, según Caprio y Klingebiel (2003), han ocurrido 117 crisis bancarias sistémicas en 93 países. Los estudios econométricos muestran que la liberalización interna aumenta la probabilidad de una crisis bancaria, la que aumenta todavía más cuando se combina con liberalización financiera externa.
Estados Unidos vivió hasta 2007 un período de prosperidad, acompañado de un ahorro mundial en expansión y energía barata. Pero se preparaba la crisis, con préstamos hipotecarios a millones de hogares de ingresos inestables, una política monetaria expansiva y bancos que ampliaron su endeudamiento respecto al capital propio. La banca diluyó el riesgo en títulos que mezclan activos de distinto riesgo. Además, los fondos especulativos se multiplicaron, incluyendo coberturas de riesgos en la cuerda floja permanente. Esta mezcla explosiva estalló al aumentar los impagos hipotecarios y caer el precio de las viviendas, con un déficit de capitalización bancaria a medida que cayeron los precios de los activos físicos con los que se especuló hasta el infinito.
¿Y cómo estamos por casa? Para empezar, con fuertes pérdidas de los fondos de pensiones y una incertidumbre generalizada sobre el valor de las pensiones futuras. Esto no se quiso corregir en la reforma reciente, que introdujo mayores márgenes de inversión fuera de Chile en vez de mayor seguridad mediante la vieja pero imperturbable receta bismarckiana de basar una parte de las pensiones en el reparto. Se supone que nuestra supervisión bancaria es suficiente: crucemos los dedos. Mientras, una parte de los chilenos se apresta a preferir como presidente a una persona, Sebastián Piñera, que ha hecho su fortuna con los mismos métodos que provocaron la debacle actual y que ha sido multado por obtener ganancias indebidas. Todo un caso de moral pública a disposición de los ciudadanos. Sus eventuales seguidores harían bien en escuchar al presidente francés, Nicolas Sarkozy, que ha llamado a “sacar las conclusiones de la crisis para que no se reproduzca", sobre la base de la “ética del esfuerzo y del trabajo” y “regulando los sistemas de remuneración de los directivos y operadores financieros para acabar con los abusos", pues, concluye, "el laissez-faire se ha terminado, el mercado todopoderoso que siempre tiene razón, se ha terminado”.

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