¿Días que cambiaron el mundo?

Los acontecimientos de los últimos días probablemente cambiaron bastantes cosas en el mundo. El retorno de las revoluciones populares, en este caso en el mundo árabe,  se ha acompañado de la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU para evitar que un tirano desequilibrado que lleva cuarenta años en el poder siga disparando contra sus ciudadanos rebeldes y siga retomando ciudades insurrectas a sangre y fuego. La decisión de la ONU es un hecho inédito que llama al optimismo, con el compromiso de no invadir pero si de evitar más sufrimientos al pueblo libio. Cuenta con el apoyo de la Liga Árabe y los países africanos y la abstención de Rusia y China, que es una luz verde. Esto  genera obligaciones nuevas para el mayor poder militar, el del occidente desarrollado, que está ahora llamado a detener una matanza de civiles y no a ampliar sus áreas de influencia y dominio en base al uso unilateral de la fuerza. Queremos creer que se perfila un orden internacional no solo basado en intereses, sino uno que también es capaz de defender a seres humanos que luchan por sus derechos básicos. Ya hubiéramos querido algo así en 1973 los chilenos que vimos con impotencia como se bombardeaba el palacio presidencial y se iniciaba una masacre con el apoyo de los Estados Unidos de Nixon, potencia que parece hacer esfuerzos, con Obama, por encarnar otros valores que los de “los colmillos y los dólares” de que nos hablaba Cortázar.
Y hemos visto la desgracia japonesa, un año después de la nuestra pero con muchas más pérdidas humanas, cuando la tierra se manifiesta y pone en evidencia nuestras fragilidades y cegueras. La advertencia es fuerte: las sociedades humanas deben hacer caso a los signos de la naturaleza. No es razonable juntar en un mismo lugar la furia recurrente de la tierra con una energía que en determinadas circunstancias, algunas previsibles y otras siempre imponderables (tengamos la humildad de reconocerlo), se puede descontrolar, por sofisticados que sean los modernos sistemas de manejo de la fisión nuclear. La central japonesa, situada a menos de 300 kilómetros de Tokio, aunque antigua era considerada extremadamente segura. El comportamiento del pueblo japonés ha sido ejemplar y el de su gobierno bastante sobrio y serio  frente a la magnitud de la catástrofe, pero convengamos que mantener seis reactores nucleares al borde del mar, expuestos a un tsunami que lo primero que provocó fue inutilizar los sistemas de refrigeración,  y  no calcular la seguridad  para un sismo de 9 grados Richter, es un inexcusable error. Y una demostración más que un pueblo y sus dirigentes pueden protagonizar por décadas un milagro económico y tecnológico notable y al mismo tiempo tomar pésimas decisiones. Lo fue entregarse a la tecnocracia y a corporaciones solo movidas por el lucro como Tepco, que ya había minimizado en el pasado reciente accidentes en sus plantas.
Sorprende, además, cuan profunda puede ser en nuestro país la negación frente a la evidencia. Empezando por un ministro Golborne que lo primero que hace al conocer el terremoto en Japón es poner en twitter unas frases que delatan sobre la marcha su defensa acrítica de la opción nuclear, sin siquiera saber que está pasando, para ante la magnitud del problema luego decir que este gobierno no ha tomado ni tomará decisión en materia de energía nuclear. Como si no estuviera encaminado a instalar en Chile reactores nucleares,  como ha revelado la empresa Suez, y el acuerdo de colaboración nuclear con el gobierno de los Estados Unidos, que se entiende no se hace por deporte, aunque se firme casi a escondidas. Esto no le impide a Golborne volver a la carga con aquello de que Chile no puede tener una “visión medieval”. Hay quienes agregan que toda tecnología, como los aviones y los autos, tienen riesgos, olvidando que aquellos son riesgos individuales, mientras este es colectivo, internacional  e intergeneracional. Y no falta el argumento de que ahora no hay que discutir “en caliente”, sino más adelante, cuando en realidad se debe razonar fundadamente precisamente haciéndose cargo de los hechos, por recientes que sean. Otra expresión del síntoma: un físico de nombre Claudio Tenreiro dijo a una semana de la catástrofe que aún no se tiene antecedentes claros sobre la crisis de Fukushima. Está clarísimo que hay una grave emergencia nuclear, pero en fin, aceptemos extremar el método científico que consiste en conluir solo en base a evidencia probada y refutable. Pero no tiene problemas en agregar, con fe de carbonero y sin mayor análisis: “este tipo de energía tiene cabida a largo plazo en nuestro país”. Sin comentarios. Como para integrarlo de inmediato a una comisión científica criolla, de esas que siempre concluyen que faltan antecedentes para lo que no me gusta y sobran para lo que me gusta. Se olvida, claro, que en democracia los gustos los definen los ciudadanos.
En enero pasado me tocó participar en un panel de la Sociedad Chilena de Políticas Públicas con el físico Jorge Zanelli. Me di cuenta, con sorpresa, que quien  se declaraba  “objetivo y racional” en  el encargo recibido por el anterior gobierno de evaluar la energía nuclear,  en realidad era un acérrimo promotor de ella, que descartaba los problemas de esta opción no abordándolos para evaluarlos sino recurriendo al viejo método de caricaturizar los argumentos contrarios para de ese modo refutarlos. Ejemplos:si llegan a explotar, los reactores no lo hacen como bombas atómicas; los desechos radioactivos no perduran en esa condición millones de años sino solo trescientos; los dañados en Chernobil no fueron tantos, y así por delante.
En esa ocasión, argumenté como muchos que recelan tanto de los dogmas y de los temores primarios como de la defensa ilustrada de intereses terrenales, para sostener que Chile debe oponerse al lobby nuclear de norteamericanos, franceses y rusos - o de quien sea- pues su condición sísmica y su cultura de gestión no siempre rigurosa acentúan peligros de accidente que están lejos de ser iguales a cero. Existen eventuales descontroles de los reactores que pueden provocar emisiones radioactivas letales y graves;. El uso de combustible de uranio o plutonio, disponible solo por unas décadas más, nos pone frente a nuevas dependencias y frente a la grave responsabilidad de disponer de desechos radioactivos que se traslada a las nuevas generaciones, sin que estas obviamente puedan opinar;. La energía nuclear siempre se mezcla con el riesgo de la proliferación con fines militares, se quiera o no se quiera, especialmente por estos lados. Considero, en suma, y con mayor razón después de lo de Japón, que debe aplicarse el principio de precaución en un caso en el que tenemos alternativas disponibles. La reducción de la huella de carbono tiene otras opciones distintas a la nuclear en Chile: la hidroelectricidad sustentable, la energía solar, eólica y mareomotriz. El cuestionamiento de la civilización del hiperconsumo, válido, puede tener una versión minimalista eficaz de eficiencia energética que hay que explorar a fondo.
¿Será razonable insistir en una energía bastante cara, obsoleta y peligrosa, como si no tuviéramos ríos, radiación solar, viento y volcanes de modo privilegiado? Los costos de desarrollo de las energías no convencionales son altos pero van disminuyendo y tenemos la gran oportunidad de invitar a nuestros jóvenes científicos, ingenieros, técnicos y trabajadores a ser parte de una nueva aventura tecnológica, pero amigable con la tierra en que vivimos y respetuosa con las nuevas generaciones.

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