Respuesta a un amigo

Me escribió Mario Mandiola sobre mi nota Derrotas económicas de la democracia (ver más abajo):
"Leí tu articulo sobre las "derrotas económicas en democracia", recoges en síntesis muchas de las cosas que nos preocupan como socialistas, falta de políticas regulatorias, saqueo de nuestros recursos naturales etc. Pero te pido que no te agites demasiado, total ninguno de esos temas está en el programa de gobierno, así que mejor no los discutamos so pena de ser "excomulgados". Fraternalmente: Mario Mandiola.
Le contesto a Mario con parte de la introducción de un ensayo que publicaré próximamente, que es un llamado a la no resignación, nunca, y mala suerte con las excomuniones:
"Este ensayo no disimula entonces sus puntos de vista. Es distinto al de quienes pusieron desde 1990 el énfasis en la distinción weberiana entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción, optando resueltamente por la primera, como explícita y legítimamente lo hizo el ex ministro y senador designado Edgardo Boeninger, y con él muchos otros.
Esto requiere de algunas explicaciones. La dialéctica entre el realismo y el sueño, la moderación y la audacia, ha estado siempre presente en los procesos sociales de “alta intensidad”, como ha sido el caso del Chile contemporáneo. La referencia a Max Weber es en este sentido pertinente para la reflexión. Decía el sociólogo alemán en una de sus conferencias de 1919: “Toda actividad orientada según la ética puede ser subordinada a dos máximas totalmente diferentes e irreductiblemente opuestas. Puede orientarse según la ética de la responsabilidad o según la ética de la convicción. Esto no quiere decir que la ética de la convicción es idéntica a la ausencia de responsabilidad y la ética de responsabilidad a la ausencia de convicción. No se trata por supuesto de eso. Sin embargo, hay una oposición abismal entre la actitud del que actúa según las máximas de la ética de convicción- en un lenguaje religioso diríamos : "El cristiano hace su deber y respecto del resultado de la acción se remite a Dios"-, y la actitud del que actúa según la ética de responsabilidad que dice: "Debemos responder de las consecuencias previsibles de nuestros actos"
[1].
La matización intermedia de la distinción weberiana es desmentida inmediatamente después en su texto: todo su argumento procura poner el peso del razonamiento en la balanza del lado de la defensa de la ética de responsabilidad, dando a entender que aquella de convicción sería esencialmente irresponsable al no tomar en cuenta las consecuencias de los actos inspirados en ella y mesiánica (con referencia a Dios incluída: algo así como “después de mi el diluvio”). Y cuando acude a ejemplos más laicos, el lado conservador de Max Weber emerge con toda claridad: “Perderán el tiempo exponiendo, de la manera más persuasiva posible, a un sindicalista convencido de la verdad de la ética de convicción que su acción no tendrá otro efecto que el de aumentar las oportunidades de la reacción, de retardar el ascenso de su clase y de oprimirlo aún más, no les creerá”. Ya saben los sindicalistas: sino no consideran que tal o cual de sus acciones favorece a los reaccionarios y va en contra de sus propios intereses, su ética de la convicción es mera irresponsabilidad...

Pero hay más en Max Weber: “El partidario de la ética de convicción no se sentirá responsable sino de la necesidad de cautelar la llama de la pura doctrina para que no se apague” en lo que puede parecer una razonable invocación en contra de los dogmatismos, aunque injusta en tanto y cuanto no ser irresponsable en sus actos puede ser parte esencial de las convicciones de quienes promueven cambios al orden injusto existente, justamente para no aumentar las injusticias, valga el juego de palabras. Pero acto seguido viene el lapsus, como diría Freud. De entre cien ejemplos posibles escoje nuestro ilustre precursor de la sociología moderna el que revela su actitud eminentemente conservadora, muy cuestionada por la izquierda alemana de la época por lo demás, y afirma: “por ejemplo la llama que anima la protesta contra la injusticia social”. Ya lo saben los izquierdistas, además de los sindicalistas: nada de cautelar la llama de la lucha por la justicia social, serían ustedes unos éticos de la convicción poco responsables...

Continuaba Max Weber en su célebre texto sobre El sabio y el político: “Pero este análisis no agota aún el tema. No existe ninguna ética en el mundo que pueda no considerar lo siguiente: para alcanzar fines "buenos", estamos la mayor parte del tiempo obligados a contar con, por una parte, medios moralmente deshonestos o por lo menos peligrosos y, por otro lado, con la posibilidad o la eventualidad de consecuencias enojosas”. Este “relativismo ético”, ironías aparte, puede explicarse por el curso sulfuroso de la historia en el tiempo en que escribe Max Weber lo que comentamos, pero da un poco de escalofríos a los que hemos tenido ocasión de experimentar “medios moralmente deshonestos” y “consecuencias enojosas” sustentados en justificaciones de este tipo, como desde luego la de los que promovieron el golpe de Estado en 1973 en Chile.

En cambio, la inspiración de este ensayo bien puede resumirse citando a Michel Onfray: “querer una política libertaria es invertir las perspectivas: someter la economía a la política, pero poner la política al servicio de la ética, hacer que prime la ética de la convicción sobre la ética de la responsabilidad, luego reducir las estructuras a la única función de máquinas al servicio de los individuos y no a la inversa”
[2], lo que es ser enormemente responsable con la disminución de los sufrimientos humanos al alcance de los humanos, salvo que se considere que nada se puede hacer respecto de ellos. Los avances civilizatorios de la humanidad no habrían sido posibles con la sola consideración de las dificultades, y vaya que siempre fueron inmensas, para conquistarlos, ya sea que se trate de la emergencia de la democracia, de la eliminación de la esclavitud, de la emancipación nacional respecto de potencias coloniales, de la consagración de derechos civiles y políticos, de derechos sociales, económicos y culturales, de eliminación de las discriminaciones de género, raza y orientación sexual y así sucesivamente.
Apostamos entonces al “pesimismo de la inteligencia”, siempre necesario para no perder la lucidez frente a los hechos a la que debe aspirar el uso de la razón, sin perder el “optimismo de la voluntad”, indispensable para mantener el principio de esperanza propio de la condición humana e inspirar su acción, de que nos hablaba Romain Rolland al iniciarse el siglo 20 y que gustaba de citar Antonio Gramsci, un insigne luchador contra las dificultades de toda índole, incluyendo las del dogmatismo.
O en palabras muy actuales de Fernando Savater: “Dice una milonga que ‘muchas veces la esperanza son ganas de descansar’. Pero también está comprobado que acogerse a la desesperación suele ser una coartada para no mover ni un dedo ante los males del mundo. Puestas así las cosas, soy decididamente de los que prefieren abrigar esperanzas..., aunque siempre tomando la precaución de no considerarlas una especie de piloto automático que nos transportará al paraíso sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Es decir, creo que la esperanza puede ser un tónico para los rebeldes y un estupefaciente para los oportunistas y acomodaticios”[3].
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[1] Traducido desde la versión en francés, Max Weber, Le savant et le politique, 10/18, Paris, 2002, que reune conferencias de Max Weber dictadas antes de morir en 1920.
[2] Michel Onfray, Política del rebelde. Tratado de la resistencia y la insumisión, Perfil Libros, Buenos Aires, 1999.
[3] Fernando Savater, “Abrigar la esperanza”, El País, 15 de mayo de 2006.

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